Revista semanal por Internet Indio Gris
Nº 74. AÑO 2001 JUEVES 25 DE OCTUBRE

poesía cartas de amor psicoanálisis erotismo política o basura cartas al director

FUSIONA - DIRIGE - ESCRIBE Y CORRESPONDE: MENASSA 2001

NO SABEMOS HABLAR PERO LO HACEMOS EN VARIOS IDIOMAS
CASTELLANO, FRANCÉS, INGLÉS, ALEMÁN
ÁRABE, PORTUGUÉS, ITALIANO Y CATALÁN

INDIO GRIS ES PRODUCTO
DE UNA FUSIÓN
EL BRILLO DE LO GRIS
Y
EL INDIO DEL JARAMA
LA FUSIÓN CON MÁS FUTURO DEL SIGLO
XXI

Indio Gris


INDIO GRIS Nº 74

AÑO II

EDITORIAL

Debo reconocer que me tiemblan las manos cuando escribo. De miedo y de dolor.
El Mundo me persigue con bacterias, con bombas, con asesinatos a sangre fría, con  Dioses encolerizados, el Mundo me persigue con su odio, con su sed de venganza. Por la televisión, para mantenerme asustado y sin fuerzas, me pasan muertos descuartizados, niños desolados muriéndose por falta de amor, uno que otro soldado sin cabeza. Madres tirándose por  la ventana del piso 25 con un niño en sus brazos, por estar aburridas de no hacer el amor durante tanto tiempo con la misma persona.

Y además, estoy un poco ensombrecido por la pregunta  ¿en qué guerra participan mis versos? ¿qué ejército me ama?

Lo he decidido hoy: si siguen así, prefiero la ignorancia. Basta de noticias, basta de diarios, de televisión, basta de conversaciones que aludan a la guerra, al hambre, a la desolación. Basta de información sobre las drogas, que todas las semanas me hacen conocer una droga diferente.

En la guerra, por otra parte, está permitido todo lo que está prohibido en general. Matar, destruir, mentir, profanar, comprar el mal, extorsionar, engañar, traicionar... y sobre todo, en la guerra NADA DE LIBERTAD, NADA DE JUSTICIA.

Haremos el amor cuando termine la guerra, se decían dos enamorados. Ella fue una de las tantas mujeres violadas por los ejércitos enemigos. Él, la funda de su fusil como recuerdo.

Ninguno de los dos supo nunca que aquello que habían ayudado a construir era lo que los mataba.

Ninguno de los dos supo nunca que la guerra esclavizaba a toda la humanidad y que era injusta con todo el mundo.

Ahora están muertos y, sin embargo, ni hombre ni mujer cuando vivían enamorados, se habían dado cuenta que el amor, tal cual como la guerra, esclaviza al amante y es injusto con todo el mundo.

Ella cantaba amores en el desierto y él era un soldado americano. 
Se vieron y se amaron, quisieron vivir juntos, aunar las esperanzas. 
Se compraron una pequeña casa a orillas de un río misterioso. 
Hablaron de fortalecerse, mezclar todas las razas, 
tener hijos que fueran el comienzo de una nueva manera de amar.

Cuando estalló la guerra, él se ensombreció, 
se vistió de soldado, 
puso un fusil ametralladora en las manos de ella 
y le dijo con amor, con mucho amor:
 
-Mátame, yo soy tu enemigo.

Ella cerró los ojos y un compañero del soldado los mató a los dos.

Comencé a darme cuenta que no era libre.
Nadie toleraba que a los 61 años,
amara el amor en lugar de hacerlo.

Nadie toleraba que a los 61 años,
todavía amara la libertad
que nunca había conseguido.

Ni yo mismo a los 61 años
puedo amar mis deseos sexuales.

Y después, las tardes de domingo,
me dejaba caer como una flor marchita
para que ella me pisoteara y nunca, nadie,
ni siquiera ella misma en su temblor,
podía tolerar mi resurrección.

Y yo me alzaba como los que saben volar
y ya tenía 61 años y siempre me veía caer
pero la vida misma es una sola para todos
por eso hubo días que algo en mí no caía.

Ella, rezando arrodillada
y yo, alzándome en la frase
hasta tocar su alma,
su vientre
su canción.

Ahí estaban las luces y éramos todos ciegos.

Nadie podía ver más allá de su amor.

Nadie podía llorar por desgracias ajenas.
Nadie podía dar comida al hambriento,
nuestra desgracia se lo llevaba todo.
Nunca hubo justicia entre nosotros
y jamás conocimos la libertad,
somos un pueblo muerto,
desde el comienzo nunca hubo pan.

Así eran las frases que ella recitaba
cuando, valientes, hacíamos el amor.

Y nadie toleraba que nuestro amor
fuera ese suave galope cibernético
a los 61 años
casi sin piernas
sin ganas de volar
sin cabellos al aire
sin manos al unísono
grabando en tu cuerpo
las huellas del tiempo.
A los 61 años,
cuando hacíamos el amor
todo era alucinación
verbo y locura.

Y lo peor de todo
era que nadie podía soportar,
ni siquiera ella misma,
que yo la mirara a los ojos
durante las comidas,
en el baño,
un momento antes de parir,
hijo o poema,                       
y la miraba a los ojos
cuando hacíamos el amor
y eso, en verdad, la enloquecía
y su goce era magistral y nuevo
pero nunca pudo tolerarlo.

Un día me lo dijo claramente:
no soporto que a los 61 años
seas tan feliz.

QUERIDA:

Tengo que poner en práctica antiguos deseos de publicar y difundir mi escritura por todo el mundo.

Eso es lo que debería hacer antes que se coman mi cerebro las andinas consecuencias de los mares abiertos a la sinrazón de las serpientes encandiladas por el eléctrico lamento de la tierra y la esperanza de vernos volver arrepentidos.

Querida, cuando los pergaminos del tiempo se posen en mi sien, me gustaría escribir un poema que diga lo siguiente:

Estoy en mí, aún, cubierto de ilusiones.
Todo fluye en el ser,
cuando las aguas del deseo bañan las playas del corazón.

Espejismos y lagunas de aguas cristalinas,
imposibles de beber por su frialdad.
Insistencia en no ser sino
aquellos vestigios de ser que se anudan en tus antiguos besos.

Agua de mar, agua de mar,
sonrisa inalterable tus besos sobre mi cuerpo,
enaltecido por el canto sublime de las olas del agua de mar.

Agua de mar, agua de mar...

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Ella subía siempre por las escaleras y cuando llegaba a la puerta de mi consulta se persignaba antes de tocar el timbre, como si fuera la segunda vez que llamara a la puerta. El timbre de ella yo lo reconocía por su sonido largo persistente. Esta vez, decidí no abrirle por unos minutos para ver cuál era su reacción. Ella comenzó a sonar el timbre con una insolente insistencia y, al mismo tiempo, daba patadas a la puerta y gritaba pequeños aullidos de desolación.

- Otra vez me abandonaste, cabrón, hijo de puta.

Yo, tranquilamente, abrí la puerta y le pregunté suavemente:

- ¿Qué te pasa, Clotilde?

- Hola doctor, creía que no estaba, a mí me da lo mismo, estaba pensando que si usted no me quería abrir la puerta yo me iría a la peluquería, ¿vio? lo que no se puede a veces por dentro se puede por fuera.

Agachó la cabeza y mientras cruzaba el límite del pasillo y la puerta de la consulta, murmuró por lo bajo:

- Hijo de puta, ya me las vas a pagar.

- ¿Sí, Clotilde?

- Nada doctor, estos zapatos ya no los aguanto. ¿Me permite que me desnude?

- Si quiere hacerlo -le dije- pero tiene que saber que yo soy ciego. Que sólo puedo escucharla, pero si usted quiere desnudarse...

- No sabía que usted era ciego, perdóneme. ¿Cuándo le ocurrió?

- Un día, de pequeño, me dieron una patada en los huevos y me dejaron ciego; después, el primer psicoanalista que tuve, amante de los dramas, dijo que yo me quise casar con mi madre y que después me arranqué los ojos confundiéndolos con los cojones, que era con lo que había pecado. Pero Dios siempre es justo -me dije-. Y fui aceptando mi ceguera como algo natural. Después, aún, por consejo de un amigo, médico cirujano, me dediqué al psicoanálisis donde, por ser la mirada el campo del amor, mejor es ser ciego. Y ahí ya fui normal, en tanto había conseguido transformar una mutilación en una virtud.

- ¿Y ninguno de sus pacientes se ha dado cuenta que usted es ciego?

- Bueno, vio, cómo son los neuróticos. No ven nada, sólo su pasado.

- Y yo, ¿cómo me di cuenta?

- Perdóneme -le dije- pero usted no se dio cuenta de nada, yo se lo dije.

- ¿Y por qué me lo dijo a mí?

- Porque a usted la amo.

- ¿Y cómo sabe que me ama si nunca me vio?

- Lo que usted ve en mí eso no lo vi nunca, pero lo que mirándome me muestra de usted eso lo he escuchado todo, que es lo mismo que ver.

- Usted para mí era como un Dios. ¿Cómo se le ocurrió enamorarse de mí y encima confesarme que es ciego? No sé, no sé si ahora podré amarlo. Dios sí ¿se da cuenta? pero amar  a un Dios ciego y enamorado... No sé, no sé.

- Continuamos la próxima.

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Amelia Díez Cuesta
Psicoanalista

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Cuando los espejismos acechan en los lugares donde el amor quiere volver a juntar alguna porquería olvidada, te recuerdo con los dientes salidos, envuelta en el crepúsculo diurno de tus sueños enloquecidos de no querer recordar para que nadie penetrara el misterio de tu ser.

Habiendo sido olvidada por tu madre, nunca quisiste escuchar ninguna voz.

¿Usted qué opina?

Pornografía   o  Erotismo

Hasta el día de hoy han votado:

Pornografia: 9.000     Erotismo: 22.000

 

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ALGO DE POLÍTICA O RECOLECCIÓN DE BASURA

1

Antes de opinar hay que informarse. ¡Bestias!

2

Una bestia sangrante de la mera dolencia. El siglo agoniza, no yo.

Poco a poco me iré liberando de todo, de casi todo. No del amor, más sí de su intolerancia.

3

La verdad es ajena a sí misma. Verde rama perdida de dolor.

4

La burguesía tiene sus encantos, pero de ello siempre nos han hablado los intelectuales.

Nadie ha visto nunca ni a un burgués, ni a un obrero, hablar de los encantos de la burguesía. Sus encantos tienen que ver con su capacidad de producir ilusiones. Si pagas tus impuestos te sientes normal, si aceptas todas las reglas sociales te puedes llegar a sentir el rey del mundo, el dueño de todas las cloacas. Amar a Dios en medio exacto de la burguesía, a veces es ser Dios. Así cualquiera puede amar a Dios.

Dios nunca genera en el burgués la rabia de no poder serlo. Más bien el que está desplazado y pide su lugar es Dios. No porque, como dicen algunos filósofos, Dios está muerto, sino, simplemente, porque la sociedad actual lo ha privatizado. Es decir, privando a la mayoría de las personas de eso. Eso, Dios, es sólo de algunos, el resto según estas concepciones tiene que pagar para que todo siga exactamente igual.

5

Hay y no hay de todo, en todas partes, y eso es bueno saberlo.

6

Hoy se lo dije sin ningún tipo de vueltas: Mira querida, fuimos alcanzando las más altas cumbres del pensamiento y no teníamos un duro, ni un centavo. Espero que, cuando alcancemos los más altos niveles del dinero, nos quede algún pensamiento.

7

Confunde los fantasmas con los problemas. Muerte al intruso.

CARTA DEL DIRECTOR

Enajenado, torturado, muerto y, sin embargo, me siento libre, ecuménico cuando escribo mis versos.

Una especie de maná moderno, simbólico. Versos para todas las almas, para todas las iniquidades un buen poema. Vendrán, seguramente, los intelectuales a decirnos que el hombre necesita algo de pan, algo de vergüenza, algo de dignidad. Pero nosotros sabemos que si se tratara de un fuego, sería el incendio de las pasiones. No las incendiadas pasiones, sino las incendiadas pasiones quemadas por el fuego del símbolo, de la poesía. Un siglo de vida triturado en este simple verso, cae vencido.

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