INDIO
GRIS
FUSIONA - DIRIGE - ESCRIBE Y CORRESPONDE: MENASSA 2001 NO SABEMOS HABLAR PERO LO HACEMOS
EN VARIOS IDIOMAS INDIO
GRIS ES PRODUCTO INDIO GRIS Nº 59 AÑO II EDITORIAL Llevar
al ciudadano actual, burgués, pequeño burgués intelectual, Hoy
la vi llorar una vez más Ella
amaba llorar Lloraba Cuando
dejaba de llorar Y
antes de sumergirse en el amor me decía: VOLVER VOLVER VOLVER Volver volver
volver Lejana soledad Nada
me espera en esta solemne tarde de fin de verano. Lo escribiré todo porque lo vi todo. Reconozco
que tengo una esperanza de perdón.
Hoy entre las sombras fui esclavo de mis propias fantasías. Con suavidad y voz queda, porque recién comenzábamos, le hice notar que había dicho esclavo, a lo cual ella respondió rápidamente (que no es costumbre en ella): - Sí, en la fantasía yo me transformaba en una supermujer con las características más notables robadas a varios de sus pacientes hombres. En las fantasías yo tenía la incuestionable fortuna y buen tino de Romualdo. La firmeza para defender mis pensamientos y mis emociones, el fanatismo que tiene Ernesto. Era capaz de jugarme la vida a una sola carta como su paciente el jugador que, todavía, no sé cómo se llama y, además, era cruel con las mujeres imitando su propio estilo conmigo, doctor. Después caminaba serena por toda la habitación, vestida de hombre, el vestuario era todo suyo. Eso sí, siempre me fijo cómo está vestido, cuando entro y nos damos la mano yo le saco una fotografía y, después, me la estudio en mi casa. Unas veces aparecía vestida con su chaqueta blanca y en bragas, otras con sus pantalones pero con la bragueta desabrochada. En una de las figuras aparecía toda vestida de blanco, su camisa blanca, sus pantalones blancos, sus zapatos blancos, el mismo conjunto que un día me dio un dolor de cabeza porque yo imaginé que usted había comprado en la Vía Venetto acompañado de más de dos prostitutas. Una de las veces, apareció descalza y con la corbata de hilo que le regaló esa paciente suya que vive enamorada de sus versos. Cuando le dije: - Como le pasa a usted no había ninguna seguridad en mi voz. Ella continuó firme su discurso: - No es esta que le conté la parte más importante, lo que pasaba después sí que era extraordinario. Yo sentía, con todo el peso que significa tener conocimientos teóricos acerca de lo que se hace, me quería detener en la frase anterior que ella tan espléndidamente había rechazado, pero ella quería continuar y volvió a vencerme. Escuché atentamente lo que me decía: - Lo más increíble de la fantasía es que de golpe a mi paso, cuando caminaba por la habitación iban apareciendo todas las mujeres de mis deseos, quiero decir, todas las mujeres de todos mis hombres y se inclinaban frente a mí, y besaban alguna parte de mi cuerpo y luego desaparecían, para dar paso a otras nuevas mujeres. - Usted fantaseaba que se tendría que transformar en un gran hombre para que su madre dejara de despreciarla y la amara. - No doctor, lo más importante, lo más increíble de las fantasías es que todas las mujeres, si bien es cierto que tenían diferentes cuerpos, en todos los casos tenían la misma cara. - La cara de su madre -le dije, sintiendo que ella esta vez me había hecho pisar el palito, el mono había caído en la trampa. - Peor, doctor, mucho peor, la cara que tenían todas las mujeres de mis fantasías era la suya, doctor, y ahora, por favor, déjeme ir. Preferiría dejar ahora y continuar la próxima sesión. Tengo lástima por usted, hoy no tengo lástima de mí, qué terrible, durante todo este tiempo usted fue mi madre, todo lo que vivimos era el viaje de la transferencia, pobrecito doctor, pobrecito... La interrumpí para decirle que no se preocupara tanto por mí, que yo ya había pensado aumentarle los honorarios. - A cuánto, doctor -dijo con desesperación-, no me eche ahora que había comenzado a quererlo. Siempre el dinero, siempre el dinero, pero cómo son los hombres, cuando una afloja un poco, siempre te piden lo mismo, o coño o dinero, y ahora qué va a querer, porque reconocí que me había psicoanalizado bien, ya me quiere cobrar a mí lo mismo que les cobra a esos pacientes suyos, ricachones, nenes de mamá. Yo soy una poeta, una artista, tengo en mi boca el fuego sangrante de occidente, soy la violencia de una canción infantil defendiendo sus derechos. No me mate, doctor, se lo pido por Dios. ¿Dígame cuánto? - Yo había pensado aumentarle un siete por ciento, el mismo porcentaje de aumento que los aranceles universitarios, ¿qué le parece? - ¿Qué me parece? una crueldad, ciento cuarenta pesetas más, cada vez que vengo a verlo, atroz, eso me parece, un abuso del poder. - Continuamos la próxima. Y ella levantándose apresuradamente del diván: - Y el problema del aumento. - Podemos dejarlo para la próxima. Acercándose a mí, lujuriosamente, me susurró: - Qué paciencia que tiene usted conmigo, quedarse callado, a veces, con las barbaridades que yo le digo. - No crea -le dije, mientras le hacía una verónica a su cuerpo y al mismo tiempo abría la puerta de la consulta-, a veces me quedo callado no porque tenga paciencia, sino porque usted a veces me da miedo. - ¡Qué gracioso, doctor, qué gracioso! Y así nos despedimos hasta la próxima.
Me toqué un poco la polla y recordé a Clotilde. A ella le gustaba, sobre todo, hacer el amor en el baño. Se desnudaba en silencio, mientras yo terminaba de lavarme el culo o de peinarme o de lavarme los dientes. Ella siempre me sorprendía haciendo algo en el baño. A veces me traía un café y nos quedábamos conversando horas. Después se agarraba con las dos manos del lavabo, y comenzaba a murmurar entre dientes, me imagino que para que resultara enloquecedor: - Hoy por donde quieras, mi amor. Por donde quieras. Y yo me acercaba como de nube, entreabría con mis manos sus nalgas y un perfumado canto de calandrias nos invadía, y entonces, hacía que la follaba por el culo y me la follaba por el coño y después, todavía, hacía que me la follaba por el coño y me la follaba por el culo. La engañaba siempre. - Somos como tres mil, mi amor, somos como tres mil. Y ella tenía orgasmos como delirios, como una multitud de hombres y mujeres en su cuerpo, haciendo el amor. Y terminaba agarrándose desesperadamente a sus tetas y besando su propio rostro en el espejo. - Me mataste mi amor, me rompiste el coño. Y se sentaba en el inodoro para descansar. Y todavía suspirando: - ¡Eres un poeta genial! ¡eres un poeta genial! Te regalaré una máquina de escribir -y su rostro se ensombrecía-. Claro, ya tendrás máquina de escribir, seguramente otra antes que yo te la regaló. Y en tanto hablaba ponía su mano entre sus piernas y dejaba que mi semen cayera sobre su mano y, luego, se pasaba la mano por toda la cara y se reía. - Tu semen hace bien, rejuvenece. Cuando ella se ponía así, yo le decía la verdad: - La máquina de escribir me la regaló mi padre. - No te creo, no te creo. Y se vestía apresuradamente y a medio vestir, salía del baño gritando: - Los hombres son unos hijos de puta y yo, los amo. Yo soy Clotilde, la que nunca dejará de hacer el amor. Libros, poemas, escritos, frases célebres, no sé dónde iremos a parar con tanta porquería. Clotilde cuando terminaba de hacer el amor se sentía libre. - Quiero besar a una mujer en los labios. Berta, Berta, mi querida, aquí, el semen de mi amado en mis labios. Bésame. Y subía y bajaba las escaleras, gritándome: - Jacinto, quiero que te la folles a mi amiga Berta, quiero que tu amigo Alberto me rompa las entrañas. Y subía y bajaba por las escaleras, hasta que yo, recordaba la actitud de mi padre con mi madre en situaciones parecidas y le daba dos tortazos y ella lloraba un poco y se iba a la cocina a hacer un café. Subiendo las escaleras le gritaba que la vida de la pareja monogámica es linda y que además del café me hiciera un zumo de naranjas, para entretenerla un rato más en la cocina y darle tiempo a Berta para que me chupara la polla y se arreglara un poco el cabello, porque a mí, me gustaba tirarle de los pelos cuando me chupaba. Berta era angelical. Clotilde divina. Entre las dos, yo pensaba, a veces, sin decir nada, me harán un hombre o me volverán loco. Y soñaba con mi tío León y en sueños me preguntaba cómo era posible satisfacer a seis mujeres a la vez, cuando, si bien, con una podía, me daba cuenta que no era cosa fácil poder. Clotilde y Berta, eran dos, pero también eran una. Nunca se molestaban. Habían decidido pensar las dos, que la otra era un capricho mío y estaban dispuestas a soportarlo. Y para que yo diera rienda suelta al deseo que ellas me atribuían de tener una relación diferente con cada una. Una trabajaba los lunes y la otra los martes, a una le gustaba la noche y a la otra le gustaba el día. Una escribía, la otra pintaba. Tenían la menstruación en épocas distintas del mes y educaban a sus hijos en momentos diferentes del día, y todo, para que yo cuando me encontrara con alguna de las dos, no tuviera el incordio (según ellas) de encontrarme con la otra. Había días que el mecanismo funcionaba tan perfecto que yo, tomaba dos desayunos, comía dos veces al mediodía, dormía dos veces la siesta, hacía el amor dos veces, y hubo tardes espléndidas que llegué a hacer el amor dos veces con cada una, y después otros dos cafés. Y así pasaban los días y yo cada vez estaba más lejos de transformar a esas dos mujeres en dos mujeres, para que algún día estuvieran entre las seis mujeres de mi deseo. Y ellas cada vez estaban más cerca, para cumplir, a pesar de la vida que llevaban, el deseo de un hombre para cada una, de transformarme a mí, en dos hombres. A veces la lucha era a brazo partido. A trompadas, a insultos, a empujones, conseguía encerrarlas a las dos juntas conmigo en alguna de las habitaciones. Siempre alguna de las dos tenía la menstruación, y no una menstruación así nomás. Torrentes de sangre en todas direcciones. Yo siempre iba al frente, como se dice, hubo días que terminábamos los tres bañados en sangre. La otra esos días estaba de duelo, por alguna muerte de algún familiar próximo. Si nadie había muerto esos días, ella recordaba alguna muerte de su infancia o bien de su adolescencia. Entre la violencia de la sangre y los sonidos siempre eternos de la muerte, yo hacía lo que podía. Como cuando quería levantar las valijas que levantaba mi padre y apenas podía arrastrar con las dos manos una, y apenas unos centímetros. Una vez conseguí que se besaran en la boca. Lo recuerdo como si fuera hoy. Primero me aseguré que cada una tuviera diez orgasmos. Con los ojos entrecerrados, cada una apoyó su cabeza en mi hombro correspondiente. Y yo tardé quince minutos a causa de la lentitud de mis movimientos, en acariciar sus cabezas y en acercar la boca de una a la boca de la otra. Y hubo un instante donde esos labios se partían por el goce del encuentro tantas veces postergado, y así, al borde del éxtasis sólo por estar besándose, Berta me metió el dedo en el culo y Clotilde me apretó los huevos hasta hacerme gritar. Yo fui feliz, y sintiendo que había hecho el bien, me quedé dormido.
...UNA SEMANA DE SOLEDAD ESTO ES PUBLICIDAD
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