INDIO GRIS Nº 489
AÑO XII
 

Noche 178.- Hablar del orgasmo femenino para decir que, a veces, yo lo deseo más que ella misma, es comenzar diciendo algo.

Cuando nos encontramos en plácidas tardes (donde la muerte anida en su mirada) sólo mi cuerpo muerto, perdido, enloquecido de silencio, la hace gozar. ¿Es orgasmo? ¿Orgasmo?

Ella lo tiene siempre y no lo tiene nunca. Débil o espléndido, su orgasmo vive acosado por la vergüenza, acosado por la moral, acosado por la infidelidad y sus castigos, aunque sólo sea imaginaria.

Después, en ella hay un después, fuera de las palabras y el tiempo, aquietada su furia por morir en mis brazos, ajena a la ternura y al odio comienza su propia danza ritual inconcebible.

Ella cuando danza, siempre es única. Desesperada, abierta, inolvidable. Nunca recuerda nada de la vez anterior y danza y se retuerce y gime. Suspira lentamente y grita mi nombre, como si mi nombre fuese el nombre de un Dios y vocifera pequeñas palabras incomprensibles para decir que, todavía, no puede y se contornea de una manera brutal y aúlla para anunciarme que todo en ella está a punto de estallar.

Y cuando para mí ya es imposible detener mi propio orgasmo, porque entre sus quejidos ella me pidió que la llevara conmigo (llévame contigo, llévame contigo), ella todavía tiene el poder o no, según sus fantasías, de advenir conmigo a la palabra.

Hasta la próxima.

P.D.: No estamos de acuerdo con la guerra.

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