Revista semanal por Internet INDIO GRIS

Nº 469 - jueves 17 de febrero - Año 2011
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INDIO GRIS Nº 469
AÑO XI

 

"EL OFICIO DE MORIR, diario de un psicoanalista", 1983

De Miguel Oscar Menassa
Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010

 
 

26 de octubre de 1976
 

La mayoría de las veces, yo la dejaba hacer.

 

Ella siempre tenía ideas claras,

imposibles de realidad.

 

A veces yo la empujaba en sus ideas

y ella corría por el cielo,

como si al cielo pudiera llegar en cuatro pasos.

Artista de lo imposible, después de cada fracaso,

volvía muda y loca,

con los ojos abiertos,

como si el cielo estuviera ahora con nosotros.

 

Pensar es un trabajo honroso, me decía,

mientras se metía los dedos en la nariz,

o bien, acariciaba con suaves movimientos su sexo,

evidenciando un notable cansancio.

 

En esos casos, yo le acariciaba la frente

y dejaba que mis labios,

rozaran imperceptiblemente sus labios

y todo era agonía

y ella lloraba, se reía

y apretaba su cuerpo contra mi cuerpo

y me quería comer.

 

Yo tomaba distancia

y le aplicaba tres o cuatro golpes de puño en la cabeza.

Ella se tranquilizaba y me prometía, dulcemente,

chupar en lugar de morder, y así,

pasábamos un rato agradable.

 

Después,

ella escupía los restos de semen,

como si fueran restos de comida y nos quedábamos dormidos.

A la mañana siguiente ella se levantaba con la convicción

que sería necesario, para poder ser más felices,

ganar más dinero.

 

Entonces, se pasea por la casa

y me explica cómo para todo,

hace falta dinero.

 

Por las mañanas yo la escucho sin parpadear.

 

Ella barre y deja de barrer,

abre un libro y lo cierra,

nerviosa corre de un hijo a otro,

sin saber qué hacer.

Me mira desafiante y dice algunas palabras de reproche

y yo, la mato.

 

Después ella me prepara un zumo de naranjas,

vamos caminando juntos por el patio

y vamos fumando los dos de un solo cigarrillo,

para no gastar.

Ella se cuelga de mi brazo y de pasada

le hacemos sonrisas a los niños

y mientras ellos, ahora, juegan en el patio,

nos encerramos en el baño y hacemos el amor.

 

Y cuando hacemos el amor, ella me pregunta si la amo.

Ocupado en delicadas maniobras

para poder penetrarla por el culo,

le pido que se relaje.

Ella, apretando los dientes,

vuelve a preguntarme si la amo.

A instantes de ser parte de sus entrañas

me confieso suyo,

y ella se abre como una castaña entre la nieve

y deja en ese gesto incomparable,

que un océano de semen enamorado

se mezcle con su mierda.

Y esa bondad sólo es posible en Dios

y entonces, ella se queda como adormecida.

Aprovechando su quietud momentánea,

salgo a la calle desesperado, a buscar

un poco más de dinero.

Y vuelvo a la noche con nada o con muy poco,

y ella me espera pero está cansada,

o, tal vez,

un poco triste porque agosto fue un mes caluroso

y sus amigas estaban en el mar.

Me estremece su cara de paloma perdida,

quiero verla feliz y le pregunto:

¿Quieres que vayamos al mar?

 

Claro, me dice,

como si el mar estuviera aquí en la esquina

como mi cielo, ¿ves?

como mis ideas imposibles.

Ah los hombres, los hombres,

y se recuesta sobre la cama

y abre sus piernas como antaño se abría el mar.

Me dejo deslizar por esa pausa entre las olas,

como hacen los grandes nadadores y ahora,

su silencio es el mar.

 

A veces hacemos el amor como una mujer y un hombre,

esos días, después, nos quedamos conversando.
 

Hasta la próxima.

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