Revista semanal por Internet INDIO GRIS

Nº 456 - jueves 5 de agosto - Año 2010
FUSIONA - DIRIGE - ESCRIBE Y CORRESPONDE: MENASSA 2010


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DEL SIGLO XXI

Indio Gris


INDIO GRIS Nº 456
AÑO XI

 

MIGUEL OSCAR MENASSA
Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010

http://www.menassacandidatopremionobelliteratura2010.com/

 

Miguel Oscar Menassa cumple setenta años
el 19 de septiembre de 2010

-festejos-

 

De "No ve la rosa", 1989

 

CAPÍTULO II

Era la tarde de un domingo sombrío, la soledad se hacía sentir sólida y fortalecida por los recuerdos de cuando alguna vez estuvo acompañada. Emilse dejaba arrastrar su cuerpo por la casa, dos habitaciones pequeñas, un pequeño baño y la ilusión de una cocina colgada en la pared más parecida a un cuadro que a una cocina.

No era que Emilse caminara nerviosa por la casa, se agazapaba como un felino, reptaba cantando como los cascabeles de una inmensa serpiente, pero no lloraba. Emilse era una mujer fuerte, solitaria.

A ella, en general, no le pasaba nada, sólo ese domingo, esa tarde, esa soledad pesada. En uno de los saltos desde el suelo a la cama tropezó con sus tetas y el espejo de golpe le devolvió su cara y una ráfaga de pecado iluminó su rostro, y sin dudarlo más llamó a Evaristo. Su amigo, su maestro, su poeta, qué sé yo cuántas cosas suyas era Evaristo. Intentó varias veces hasta conseguirlo.

-Sí, ¿dígame?

-¿Evaristo?

-Sí, ¿quién me necesita en esta tarde lluviosa y sombría?

-Su nena, su nena lo necesita, padre olímpico, madre gozadora, su nena que hoy no da más. La reina que reina sobre sí misma hoy necesita esclavizarse. Tu nena necesita que alguien le haga sentir, aunque por un instante, que la carne puede más que la palabra.

-Sí, querida, te entiendo -le contestó Evaristo-, el tiempo es cruel con las heridas que se niegan a cerrarse.

-¿No digas que no me puedes ver?

-Te digo que en estos tiempos nadie puede ver a nadie, pero precisamente en ese extremo donde las cosas pueden ser esto o lo otro, ahí, en esa línea de pura ficción intentaré estar contigo después del almuerzo.

-¡Oh, divino maestro, qué es el tiempo para quien tantos esfuerzos hace para sobrevivir! Después de almorzar puede ser exageradamente tarde. Ahora mismo es cuando el ojo de la razón está totalmente ciego. Ahora mismo soy esa puta vibrante que ambicionas tener entre tus brazos.

-Bueno, yo solamente lo escribí, no es que lo quiera exactamente -dijo Evaristo, sonriendo.

-¿Igual te quedarás escribiendo y no vendrás a verme?

-Nunca dejo de escribir, mi pequeño sueño de una tarde sombría y lluviosa de domingo, así que hasta luego.

La conversación tranquilizó a Emilse, que ahora dormitaba sobre su cama, cuando, según ella, el teléfono sonó con estridencia.

-Sí, ¿dígame?

-Soy Carlos, mi amor, necesito verte con urgencia, no sé lo que me pasa, la tarde, la lluvia, algo sombrío tiene este domingo.

-Perdóname, Carlos, pero hoy no estoy para nadie.

-Pero, querida, te necesito.

-Sí, te entiendo, pero yo necesito otra cosa, espero que sepas disculparme, luego nos hablamos, ¿si?

-Sí, sí, claro, luego nos hablamos.

Qué pasa esta tarde, se dijo Emilse a sí misma, que estamos todos solos y como esperando que pase algo malo. Tal vez sería mejor dormir hasta mañana y luego el trabajo, la calle, todo será distinto. Mejor le hablo a Evaristo y le digo que no venga.

Antes de llamar sonó la puerta. Era Leonor, que traía, también ella, cara de preocupación.

-¡Qué lluvia! -dijo al entrar.

Y mientras besaba con ternura los labios de Emilse, en el mismo momento, o inmediatamente después, no sé, dijo Leonor, algo sombrío atraviesa la tarde.

Mientras Emilse trataba de comunicarse con Evaristo, sonó nuevamente el timbre. Esta vez era Evaristo en persona acompañado de una bella mujer de mirada inquietante. Evaristo hizo las presentaciones de rigor.

-Josefina -dijo, señalando a la mujer que venía con él. Y luego, mirándonos a nosotras:

-Emilse, Leonor. Se besaron con entusiasmo y se sentaron los cuatro a la mesa pequeña del salón.

Evaristo tuvo la necesidad de explicar que al salir de su casa se encontró con Josefina y por eso la había traído con él.

-A nosotras no nos molesta -dijo Leonor-, pero a lo mejor, quién sabe si tú puedes con las tres.

Y hubo una risa franca de las tres mujeres, tal vez, como un desafío para Evaristo, tal vez, como una sentencia. Él, también, sonrió y siguió liando su cigarrillo. En cualquier momento comenzaría a contar alguna historia de amor.

Ellas lo sabían, cuando él liaba un cigarro nadie se salvaba de escuchar alguna historia de amor.

-Sé, a veces, que no concuerdan mis cuentos con vuestras ideas, pero mis cuentos son cuentos antiguos que no dejarán de pasar. Hubo una vez, en América, hace 500 años, una india que fue violada por un español. Ésta, avergonzada, al encontrarse con su enamorado, dijo:

-Yo no soy digna de tu amor, me he dejado violar por el blanco, para que no me mataran. No soy digna de tu amor.

A lo cual, el indio jefe respondió:

-Eres merecedora de mi amor, porque todavía estás viva. Y, en ese momento, llegaban de nuevo los españoles, que los mataron a los dos, mientras se abrazaban.

Evaristo dejó escapar una bocanada de humo y dejó caer una mirada cómplice sobre las tetas de Leonor.

-¿Pero el indio jefe -preguntó tímidamente Emilse- sabía que los iban a matar a los dos, o cuando la abraza piensa que van a seguir viviendo?

-Y eso ¿qué tiene que ver? -preguntó Leonor-. El indio la perdonó porque la quería, no porque iba a morir.

-El que sabía todo -dijo Evaristo- era el español. Sabía que la india se dejaría violar antes de morir, sabía que iría a contárselo a su indio, y que éste, que aún no era cristiano, la perdonaría, y en ese momento el español sabía que se irían a abrazar, y él, entonces, aprovecharía para matarlos. Esto último, también, sabía el español.

-Pero, macho -dijo Josefina-, no es para tanto, el indio también se la había follado a la india antes que lo hiciera el español. El indio sabía entonces que ella era capaz de gozar, si la apresaban era casi seguro que la violaban.

-¿Qué dices? -arremetió Leonor-, hablas como hablaba Hernán Cortés, ¿no serás española? El indio no sabía nada; mejor, estaba equivocado. Cuando abrazó a su india, abrazaba por primera y última vez en su vida el cuerpo de una mujer que había cohabitado con un dios blanco, que como se sabe son los mejores dioses. Esa codicia sexual lo distrajo, y en esa distracción, intentando un acercamiento a Dios, encuentra su muerte y deja su tierra en manos de los españoles, es decir, condena a su prole a vivir, en sus propias tierras, en esclavitud.

-A mí -dijo Josefina- me parece que se exceden en sus conclusiones, los indios también tenían entre ellos clases inferiores y practicaban sacrificios humanos.

-Bueno -dijo Emilse-, pero eso de los sacrificios humanos no es para hablar mal de los indios. En pleno Madrid, cuando uno camina por la calle se da cuenta que los Estados modernos sacrifican a muchos ciudadanos en beneficio de otros. Alguien muere para que alguien viva.

No se puede culpar por eso al indio.

 

Hasta la próxima.

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