Recital poético musical de primavera Colegio Mayor Nuestra Señora de África
el 13 de mayo de 2009
III
Miguel Oscar Menassa e Indios
Grises
Erotismo a los 45 años
LA MUJER Y YO
12
Destierro de mi vida el llanto,
lastimero, por lo que no tendré.
Observo con inteligencia varonil
lo que ya nunca habrá y no lloro,
no maldigo haber nacido hombre
ni que hayan existido antes de nacer
las veredas, el canto, el sexo abierto,
la locura, las calles alumbradas,
el terraplén, los pájaros cayendo.
Que hubo antes de mí, hermosas mujeres
que amaron a otros hombres, tuvieron
otra piel.
Acepto sin rencor provenir del polvo
en todos los sentidos, tierra y amor,
sexo y delirio, todo polvo del polvo.
Quevedo aquí, Vallejo a mi costado,
Machado doliéndose del camino hecho
y tú y yo y el mundo, amada, que nos
traga,
si no dejamos de llorar no veremos el
sol.
Así, le dije, que lo decido hoy mismo,
aquí contigo en nuestra propia casa:
Los muertos no existen, ya están
muertos
no sé porqué, dolidos, seguir
llorándolos.
Y la vida, exactamente, plena, no
existe,
¿para qué seguir ambicionando eso?
Sin sufrir por lo que ya no se
ambiciona,
sin llorar ni a los idos ni a los
muertos,
comenzaremos a escribir un nuevo verso
y ese verso, clave del tiempo
atravesada
por la pequeña alegría personal
de sentirnos felices sin nada que
llorar,
morirá para siempre la pobreza,
el mal querer, la angustia por el sexo
pero nunca habrá ni paz, ni libertad
y seremos bellos, altos, bien
alimentados
y nos pasaremos siempre haciendo la
guerra
contra los feos, bajitos, mal
alimentados…
A ver, mi amor,
me dijo ella al borde del enfado,
un verso llano, posible, cerca de la
tierra
sobre el que se pueda caminar sin
sobresaltos.
Un verso que nos diga la verdad de la
vida,
que nos hable con claridad del dolor,
de la pequeña esclavitud de las
mujeres,
un verso, querido, que haga la guerra
y que lave los platos con nostras.
A ver, querido, un verso, que me libere
de ti
quiero verte decir, sereno, en algún
verso
que tu amor podrá sostener mi libertad.
Abre la celda donde me custodias,
libérate en un verso, vuela fuera de
ti.
Mirad, mujeres, mi hombre se arrodilla
al paso, inquietante, de la bella.
Escribe, amor, en un poema, que tu amor
ilimitado y eterno, terco e infinito,
es capaz de alegrarse con mi partida
y esperar que yo crezca para amarme.
A ver, querido, escribe en un poema…
Compulsado por ella intenté decirle la
verdad:
Fumo y escribo desde los doce años,
cuando me dejan solo me masturbo
y estoy contento siempre sin saber
porqué
y a ti te amo porque sí, sin apenas
motivos.
Por eso, ahora, quiero extenderme
en un verso sencillo, en plena tierra,
en el centro mismo del asfalto
para poder amarte sin murallas
y entregarme fatal a tu ceguera
y dejar escrito en algún verso,
amo su libertad, amada señora
y más que eso,
la pienso todo el día en libertad
y nunca pude comprender porqué
te quedabas, sumisa, a mi lado
esperando que yo consiguiera
alguna libertad y te la regalara.
Después, llegué a pensar que no me
amabas
que estabas a mi lado porque mi belleza
mi manera de entregar mi cuerpo al amor
te defendían de Dios y un poco de tu
madre.
Y, luego, algunos sucesos sin mayor
importancia,
siempre necesitabas un dinero que nunca
tenías.
Eras terca y celosa de la manera más
sencilla,
“no quiero, no quiero, no quiero y no
me importa”
y te abrías de piernas y cerrabas tu
corazón
y yo, no te comprendía pero te amaba,
te amaba con fervor, sensible a tus
palabras
siempre te hice creer que te deseaba.
Que era yo el que quería esto o
aquello,
trabajé duramente hasta conseguir
construir en el mundo tus ambiciones
pero te hacía creer que mías eran tus
ideas.
Ella me interrumpió convulsionada para
decir:
es verdad que hay cosas que Dios no me
permite
y de preferir
preferiría que mi madre viva para
siempre
y, también, es verdad, que ciertas
tardes
se hicieron algo más claras con tu
dinero
pero yo, mi querido, quiero dejar claro
que no soy ni terca ni envidiosa y
me gustaría recordarte sin malas
intenciones
que la primera escena de celos me la
hiciste tu.
Y desear, mi amor, ¿quién entiende el
desear?
Tú me deseas, me deseas, así quieres
que crea
pero sólo me besas cuando siento ese
ardor,
cuando mis labios se incendian de
locura.
Tú me deseas, tú me deseas, así lo
dices
y yo ni puedo, siquiera, tolerar la
ternura,
pero cuando yo transcurro indiferente,
a tus caricias, a tus besos ardientes,
sin pronunciar gemidos ni palabras,
enloqueces, de sentirte impotente
y cuando consigo pensar en otra mujer,
el deseo, mi deseo por ella corroe tus
entrañas
y como un niño gozas y juegas como un
niño,
y como un niño sólo vives por mi deseo.
No quise responderle, mas le dije:
Mi madre vive en ultratumba,
en un paraje, por mí, desconocido
y niño soy y seré siempre, mas no
alcanza
y en cuanto al goce te diré: estás en
lo cierto,
un hombre sólo goza si ella lo desea
y cuando ella se equivoca y desea con
fuerza
que él vuelva del mundo derrotado y
triste
el hombre vuelve a casa triste y
derrotado
y ella, entonces, alcanza el cenit de
la magia
resucita al moribundo y le concede un
sueño:
Sueña que eres feliz, querido, que
nunca te engañé,
que siempre fuiste sincero de tu parte,
verdadero.
* * *
Recital poético musical
Auditorio Municipal de Camarma de Esteruelas
el 30 de mayo de 2009
I
Miguel Oscar Menassa,
Kepa Ríos, Leandro Briscioli, Adrián Castaño, Fabián
Menassa
ESTOY CONTENTO DE TANTO HABER AMADO
Estoy contento de tanto haber amado,
de tanto haber llegado al confín de los besos,
contento de habernos abrazado por las noches
envueltos en los vapores del silencio
al vivir lujurioso de la carne y el fuego,
a la espléndida y loca pasión de las palabras.
Contento de levantarme una mañana,
con las pupilas húmedas manchadas por amor.
Fue un siglo de locura, crecimos en
todas direcciones,
odio y amor se agigantaron,
la pobreza llegó hasta la riqueza,
la necedad y la bella locura poblaron monasterios,
las enfermedades que produjo el amor
llegaron hasta el alma poblando los silencios,
en su afán de morir, el hombre inventó virus
que atacan, con fervor, el pensamiento.
Después, hay que decirlo,
en el corazón de la música
este siglo se rompió la guitarra,
el violín de las guerras fue lamento que,
volando hacia los cielos,
alcanzaba el dolor.
La trompeta fue aullido y el aullido
fue canto,
hasta el saxo bramaba alguna piedad.
Hubo tambores de locura, este siglo,
que explotaban sonando como esferas de luz.