ASÍ HABLÓ ZARATUSTRITA
HACE TRES DÉCADAS, EN 1977
Querido:
Mi nombre
es el nombre,
que la poesía
-amante de todos los misterios-
da,
al poeta.
Embrujo y miel,
artífice,
de los destinos más rebeldes.
Violenta carcajada
sobre cualquier horror.
Mi cuerpo,
tiene el color de primavera.
A veces
hago el amor,
con los brazos extendidos,
tratando de abarcar el universo
y volando,
con ella,
a veces,
volando
por doquier
mi cuerpo,
clara vertiente oceánica,
-y lo digo
porque se trata,
de la conducción de mi destino-
incontenible.
Mi cuerpo,
quiero decir,
al borde de los extraños paroxismos,
siempre anhelando
-lo digo sin vergüenza-
humanidad.
Y volando,
con ella,
entre las altas mujeres
y los famosos hombres,
hicimos el amor.
Por ahora,
única verdad,
emblema
entre emblemas,
dejo mi piel,
extendida,
perfectamente,
a los cuatro vientos,
(que,
en otra oportunidad,
demostraré,
que son más.)
y no permito,
otra piel,
en el horizonte de sus ojos,
y no,
por ninguna metáfora,
perdida en el pasado,
sino,
debo decirlo,
por la extensión infinita de mi piel,
magia de los sentidos,
exacta medida contra la muerte.
Mi cuerpo,
una visión estroboscópica del amor,
soy,
un grupo.
Una alucinación,
sin precedentes:
nos miramos
en el famoso lago,
donde murió narciso
y nos vemos
hermosos
y por qué no decirlo,
tal vez,
nos enfrentamos
al mirarnos,
con la belleza única.
Y nuestra propia imagen,
nos fascina
y nos dejamos arrastrar,
por esa pasión,
por nosotros mismos
y caemos,
estrepitosamente,
en el lago,
para morir,
donde murió narciso,
y nadando,
nadando despacito,
perdiendo la memoria,
para poder nadar,
para poder,
llegar hasta la orilla,
hasta el mismo lugar,
donde nos unen,
algunas palabras.
Y no fue,
morir,
y no fue,
derrumbarse,
nadar,
tranquilamente por el
lago.
Vuelvo
y me regocijo,
con alguna mirada compañera,
no tengo miedo de crecer,
de ser universal,
atlético.
No tengo miedo de la noche,
ni tengo miedo,
que irrumpan en mi alma,
bruscos
incontenibles,
sentimientos.
En general,
no tengo miedo de pecar.
Y
para que no crezca mi palabra,
para detener,
el florecimiento de mi palabra,
será inevitable,
señores,
para ustedes,
que alguien les invente,
una nueva artimaña,
porque en este poema,
el mito de narciso,
ha muerto.
Y ahora,
me voy,
a nadar
tranquilamente,
al lago
y vuelvo.
Esencia marina,
entre los altos,
perfumes de la selva,
ella,
sumergida sumisa
entre los olores,
profunda
y altiva,
de saberse,
una presencia,
humana,
entre las flores,
vuela conmigo,
ahora,
serena,
hacia el atardecer.
A pleno sol,
el vuelo,
es,
un vuelo magistral.
De día,
ella,
es mi comandante.
Ella define,
mi cara contra el sol,
hace precisos,
los límites,
de mi ser
y conversamos,
de la vida.
El goce,
-volando,
lentamente,
a pleno sol- viene solo.
Y entonces,
me decido,
elijo:
volar 200 años,
y sé,
que lo que pudo,
la palabra al derecho,
lo podrá al revés.
El deseo,
no existe.
Hasta el jueves.
Indio Gris
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