Revista semanal por Internet Indio Gris
Nº 305 AÑO 2006 JUEVES 7 DE SEPTIEMBRE

FUSIONA - DIRIGE - ESCRIBE Y CORRESPONDE: MENASSA 2006

NO SABEMOS HABLAR PERO LO HACEMOS EN VARIOS IDIOMAS
CASTELLANO, FRANCÉS, INGLÉS, PORTUGUÉS, ITALIANO 

INDIO GRIS ES PRODUCTO
DE UNA FUSIÓN
EL BRILLO DE LO GRIS
Y
EL INDIO DEL JARAMA
LA FUSIÓN CON MÁS FUTURO DEL SIGLO
XXI

Indio Gris


INDIO GRIS Nº 305

AÑO VII

HEMOS TERMINADO EL RODAJE DE:

"¿Infidelidad?"

 

EDITORIAL

ESCUCHO COMO SI SONARAN SIRENAS

Escucho como si sonaran sirenas, mujeres y mares. Una combinación casi perfecta, si no fuera porque los olores del mar me recuerdan la muerte.

En el mar pasaron muchas cosas y yo ni siquiera me daba cuenta de que pasaban.

Cerca de la palabra mar, nació mi padre.

A mi madre, en los veranos, cuando él vivía, le gustaba llamarse Ángela del mar. Y se dejaba quemar por el sol como si cada verano fuese el último encuentro y, de esa manera, le quedaba el mar grabado en el cuerpo todo el año y él caía a su lado por las noches muerto y renacía cada vez en el contraste con su piel marina, en el recuerdo de aquella otra piel, su madre, frente al mar.

Cuando me escapé por primera vez de casa de mis padres, fui al mar y rebuznaba como un burro cuando el sol salía a la mañana y me tendía sobre la arena dispuesto a soportar cualquier incomodidad, cualquier molestia, con tal de que mi cuerpo tomara los colores del mar y, al volver, él me confundiera con ella y me amara.

Después, cuando una mujer se sentó al lado mío, tuve que esperar a llevarla al mar para decirle que la amaba.

Llegué a pensar en esa especie de delirio marino, sensitivo, con todo lo marino, lo celeste, lo azul, que el mar tenía capacidades antirreumáticas. Cuando no supe qué hacer con tanta libertad, la tiré al mar. Después, até el mar a un verso y hundí el mar. Ese día estuve triste como nunca. Sin mar, la vida había perdido sus sentidos, sin mar, es decir, sin padre y sin madre, todo sería más difícil.

Yo, por fin, había nacido y nada de mar, yo era un hombre de ciudad; el mar, una palabra.

 

Escucho como si sonaran sirenas

 

POESÍA, CARTAS DE AMOR, PSICOANÁLISIS,
¿EROTISMO O PORNOGRAFÍA?
ALGO DE POLÍTICA O RECOLECCIÓN DE BASURA
Y CARTA DEL DIRECTOR

El REY DE HARLEM

Con una cuchara de palo
le arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara de palo.

Fuego de siempre dormía en los pedernales
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.

Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.

Las rosas huían por los filos 
de las últimas curvas del aire 
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.

Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rumor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.

Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente,
a todos los amigos de la manzana y la arena;
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre
para que los cocodrilos duerman en largas filas,
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas
     de las cocinas.

¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem!
No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro de tu eclipse oscuro
a tu violencia granate, sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero en un traje de conserje.

Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de
     marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre
y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.

Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los
     volcanes y tragan pedacitos de corazón por las heladas
     montañas del oso.

Aquella noche el rey de Harlem,
     con una durísima cuchara,
le arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una durísima cuchara.

Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro;
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso
     blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.

¡Negros! ¡Negros! ¡Negros! ¡Negros!
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
     viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.

Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas
     y ceniza de nardo,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
     rueden por las playas, con los objetos abandonados.

Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
     Sangre que oxida al alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.

Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas, ante el insomnio de los
     lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.

¡Hay que huir!
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
     porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.

Es por el silencio sapientísimo
cuando los cocineros y los camareros y los que limpian
      con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.

Un viento sur de madera oblicuo en el negro fango
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros.
     Un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos,
y una pila de Volta con avispas ahogadas.

El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre
     el monóculo.
El amor, por un solo rostro invisible a flor de piedra.
     Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos, sin una sola rosa.

A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte,
se levanta el muro impasible
para el topo y la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.

El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa.
El sol que destruye números y no ha cruzado nunca
     un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.

¡Negros! ¡Negros! ¡Negros! ¡Negros!

Jamás sierpe, ni cebra, ni mula,
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas.

Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las
     ardillas
y danzar al fin sin duda, mientras las flores erizadas
     asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.

¡Ay, Harlem disfrazada!
¡Ay,  Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores a través de láminas grises
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.

El rey de Harlem. Federico García Lorca

 

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